Lengua e identidad entre la segunda y tercera generación de hablantes por herencia en Estados Unidos.

 Como estudiante de lenguas, en la década de los 90’s y durante mi trayectoria universitaria trataba de encontrar el sentido real del por qué y para qué estudiar y aprender a hablar una lengua extranjera, por alguna razón que no tenía claro el motivo por cual había decidido salir de pequeño entorno y venir a Xalapa, que para entonces ¡la percibía enorme!

La mayoría de mis profesores de lengua eran nativos, algunos estadounidenses, otros ingleses y los menos canadienses. Mientras trataba de comprender el pasado perfecto y participio del inglés, recuerdo haber escuchado a mis profesores hablar sobre el Thanksgiving, Saint Patrick’s Day, Canada Day, Bonfire night y otros festejos tradicionales de sus lugares de origen; yo trataba de trasladar la emoción y ánimo de sus relatos a mi imaginación e incluso hacer una comparación con las celebraciones nuestras sin mucho éxito, tratándose de contextos completamente distintos.  Sólo recuerdo sus caras cagadas de emoción mientras relataban acerca de la dinámica, de los alimentos que consumían y el tipo de música que intentaban tararear, como parte de esas celebraciones.

Los libros de texto que en esos años guiaban nuestra clase de lengua contenían imágenes que nos permitían aprender y/o practicar, además de las 4 habilidades (comprensión lectora, auditiva, expresión oral y escrita), conocer sobre la cultura extranjera (vestimenta, comida, direcciones, paisajes, etc.); en ese momento no contábamos con la fortuna del uso de la tecnología, pero nos bastaba la revisión de revistas, periódicos y materiales de consulta que abonaban con el requerimiento de la clase; sin mencionar el grado de imaginación que algunos distorsionaban divertidamente comparando los paisajes y vivencias de los extranjeros, con las de nuestros pueblos de origen.

Los años noventa y dos mil fueron una punta de lanza para México, en aspectos económicos, político y sociales; la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio en 1994, donde México a través de negociaciones principalmente con el país vecino, Estados Unidos y Canadá logró establecer acuerdos, a partir de intereses comunes. 

Durante esos años se fortalece por cuestiones económicas, profesionales y de seguridad la movilización de mexicanos y latinoamericanos a Estados Unidos.  Las comunidades de hispanohablantes se incrementan agigantadamente; en algunos casos, profesionistas que lograron insertarse en el ámbito laboral, otros invitados por empresas directamente, pero la gran mayoría, dada la ola de desempleo, inseguridad y pobreza extrema fue la razón de peso de su inserción como obreros, jardineros o en actividades de construcción o albañilería al país vecino en calidad de ilegales o indocumentados.  En medio de este contexto, recuerdo a mi padre leyendo en voz alta el periódico y mencionaba términos como “Paisanos en el exterior, Programa Braceros, Programa Nacional fronterizo”, sin entrar en detalles, sólo exclamaba ¡Espero que mis sobrinos estén bien con estos programas vieja!

Durante los siguientes años en Estados Unidos comienza a incrementar de manera exorbitante la población hispanohablante, según datos encontrados en el internet, en el 2023 California con 15,57 millones, Texas con 11.52 y Florida con 5.66 millones de habitantes.

Por motivos naturales, la primera comunicación o el primer contacto de las segundas o terceras generaciones la adquieren en casa, por lo tanto, su lengua materna o L1, es el español. 

En visitas esporádicas que he realizado a ese país, he tenido la oportunidad de hablar con personas que después de 20 años o más, ahora son residentes, otros más nacionalizados y otros muchos aún permanecen como indocumentados.  En estas conversaciones mayormente informales, hemos mencionado temas, donde recordamos o hacemos referencia algún evento que nos provoca risas o, por el contrario, preocupación o enojo; en esos instantes observaba con atención las expresiones de los hijos de esos colegas, jóvenes entre 6 y 18 años, me daba la impresión de que no comprendían del todo el motivo de nuestras risas o de los temas a los que hacíamos referencia.

Según los datos publicados en el informe más reciente del Instituto Cervantes (2018), en los Estados Unidos (2018), en los Estados Unidos se calcula que hay unos 42,1 millones de hablantes nativos de español y 16 millones con una competencia limitada.

La concepción de aprender una lengua extranjera, vinculada al concepto de identidad me traslada a los tiempos de estudiante universitaria, a los momentos en que me preguntaba ¿Para qué quiero aprender a hablar inglés?  El nivel de enseñanza era elevado y yo carecía de las habilidades, no contaba con la mejor instrucción durante mi trayectoria de secundaria o bachillerato; además, no tenía interés en ser traductora o intérprete, mucho menos docente (situación que cambió), pero si sentía curiosidad e interés por comprender aquellas charlas de mis maestros cuando hablaban sobre el Pancake day o Halloween.

Myrna Jiménez Guerrero


Comentarios

  1. Myrna: agradezco la contribución en este espacio académico.
    Si bien no se dio tiempo para realizar apuntes más "finos" sobre lo que se dice en el título de su ensayo, me resulta particularmente interesante la forma en que despliega su memoria para recuperar su experiencia en el aprendizaje de una segunda lengua, pero sobre todo, por el contacto que con otras culturas tuvo para destacar la forma en que las culturas locales tienen un arraigo significativo en aquellos sociedades, siendo que desde su propia mirada, no se ve o siente lo mismo en México. Sobre lo apuntado, es importante sí la cultura, la forma en que se construyen las identidades y en ello, el lugar que tiene la lengua. Ya iremos viendo el rumbo que toma su propuesta para conjugar educación, identidad y cultura. Saludos.

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